El sol ya casi se oculta, cobarde,
y las sombras, libres de su poder,
terminarán por
devorar los cerros.
Y yo, patética y torpe sirena, espero
que desaparezca aquel bote
que quebranta el horizonte
o llegue quizás hasta otra orilla
con juegos de niños y abuelos fotógrafos.
Otros botes aguardan amarrados al muelle
también, como yo, un rumbo, un conductor.
Y la gente insiste en
arrojar piedras al lago.
Pero, desgraciadamente, hoy no se agitará
el gastado guerrero de antaño.
Mientras tanto yo vislumbro,
en este puerto de
sirenas varadas,
el día aquel en que la masa azul e iracunda,
cansada ya de tanta altanería,
comience a arrojar piedras a tierra
midiendo con la mirada lúdica de un niño
la distancia que alcanzan sus proyectiles
sobre el mar de gente.
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