martes, 5 de mayo de 2015

“¡Ay, Boedo!”

“¡Ay, Boedo!”

             ¿Qué hace falta para que un Tango Nuevo se vuelva nuestro favorito? ¿Qué hace que uno se vaya “silbando bien milonga” un tema que acaba de escuchar por primera vez? Esto ocurre, justamente, porque estamos ante un “hit”.
        Alfredo “Tape” Rubin ha creado varias piezas memorables: La Marilyn, Regin, Despedida, Calle, Pegue su tren. Pero entre todas ellas se destaca, como un faro, el “hit”: Bluses de Boedo. Una especie de manifiesto estético,cuyo título es un sincretismo para una de las vertientes más populares del género en la actualidad: aquella que lo aborda desde una impronta rockera o, en este caso puntual, blusera.
       Pero, ¿cuál es el denominador común que hace que este cruce nos resulte (a muchos) algo tan lógico y natural? Quizás haya sido la acentuación en un compás de cuatro tiempos, la que ha permitido que un tema, tal vez nacido para otro contexto, se mueva cómodamente en la pista del tango. Quizás, el contenido altamente nostálgico y el lamento por la pérdida que emana de ambos ritmos. Tal vez se deba a la referencia a Boedo, barrio que en el tango homónimo de 1927 es llamado la “capital del arrabal”, o a la “cita” de uno de sus motivos musicales principales en el interludio del tema. 
          S ea cual fuere la causa de su aceptación en la escena tanguera, los Bluses no llegan a la milonga con mocasines ni con el pelo engominado, sino en zapatillas de lona, un poco “fisura” y con aspecto desaliñado. Traen unos versos oscuros, crípticos, encargados de reconstruir el ambiente nocturno de la “otra Buenos Aires (…) que no sale en los diarios”. El cafetín de antaño se vuelve “un billar coreano”. El farolito claudica ante “las luces de bambú”. Frente a los espacios vidriados for export y la radio que sólo “escupe y chilla su marketing de baba”, aparece la clandestinidad del under. Una especie de sótano donde “la luna gira en falso” y “el cielo está deshecho”, habitado por una “banda” de personajes “entregados y quemados de arrastrarse por la línea”. 
        Esta poética disruptiva en cuanto a los espacios e, incluso, al lenguaje (“rocatecto”, “marketing”, “fisura”, “jipón”) permanece “tanguera” en sus emociones y en su asunto. Rasgo que se acentúa, por ejemplo, con la aparición de un riff en corcheas con armonías que remiten al rock y al blues, pero con fraseos y articulaciones típicas del tango.
      Será por todo esto, quizás, que cada vez que ese “¡Ay, Boedo!” es coreado por la hinchadaen las milongas, entre otros de los “temazos” que se van ubicando a su lado y se “cruzan por (nuestro) corazón”, uno siente la fascinación de escuchar un tango vivo, joven, inquieto y desprolijo como los tangueros de hoy que los escriben y los escuchan.

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