jueves, 27 de marzo de 2014

Te robó la estrella



Aluvión de ideas o  rutina.
Entra, sale y entra realidad.
Sublimando sueños: la pantalla.
El pecho grande y las ganas de llorar.

¿Qué pasó con los tiempos aquellos?
¿Cuándo perdiste el impulso de saltar?
Te drenaron la vida de a sorbitos
Un beso en la frente, nomás,
y te robó la estrella.

Pagás por ver y no hay satisfacción.
Querés re truco y hacés trampa.
Apostando momentos, la ambición.
Los bolsillos llenos y la presión alta.

¿Dónde doblaste en contramano?
¿En qué momento empezaste a ralentar?
Te están chocando de frente y vos, quieto.
Un beso en la frente, nomás,
y te robó la estrella.

Las viejas ideas del rebelde.
La triste noticia: la verdad.
Reventando en el alma: la gran nada.
La piel inmune y la bronca de callar.

¿Cuándo te rompiste en mil pedazos?
 ¿Por qué razón insistís en respirar?
Ni siquiera sabés que  ya estás muerto.
Un beso en la frente, nomás,

y te robó la estrella
https://www.youtube.com/watch?v=HHF9gDSgaH8
Resurgimiento

Despiertan
las pálidas conciencias
tanto tiempo adormecidas.
Las voces agitadas en la aurora,
las ansias que creíamos perdidas,
nutriéndose del tronco de la historia.
Memorias que construyen nuevos aires
sacuden  los despojos y  disparan con  bemoles
que se vuelven chillidos. Despabilan o incomodan
a aquellos que prefieren  conformarse con las sobras.
Avanza un grito disonante que apunta a la estrella más lejana

y se carga  del momento que nos toca, la nota  que gesta toda rebelión humana. 
Hay que

Hay que endurecerse sin perder la ternura jamás
Hay que endurecerse sin perderla.
Perderla, jamás.
Hay que endurecerse.
Hay la ternura.

Endurecerse sin perderse.
Sin ternura, jamás
Sin endurecerse, jamás.
Sin perder, jamás.

Hay que perder.
Sin que.
Jamás que.
La ternura sin que.

Hay que endurecerse.
Endurecer la ternura.
Hay que.

Hay que.
Herencia

Vientres malditos de las que arrastran
gargantas turbias, cánceres viejos,
hombres infieles y oídos sordos.

Mujeres solas, hombros morados,
velados sexos de los infantes.
Desesperado amor necesario
de los que se unen en el espanto.

 Limpiar la mierda, ser santa madre,
fregar la ropa, cargar escombro.
Asfixiar sueños de burra atada
y si dios lo pide, aguantarse todo.

Y por los hijos, todo por ellos:
recitar salmos, masticar llantos.
Y se amontonan los imposibles:
nunca se hizo, no hubo caso.

Sigue la ronda, cambian los roles
pero la sangre, tira la sangre,
del padre ausente y la madre-padre.

La pena muda

La inconfundible,
 la endurecida ternura del que ha sufrido,
del que ha aceitado los motores del caer-levantarse
a fuerza de costumbre.
Del que pena sobre pena,
 ha moldeado una pétrea máscara
en la que pueden contarse,
 hundiendo más y más las comisuras,
ahuecando las ojeras
y aplastando los párpados,
cada uno de los golpes que la vida,
 infatigable y certeramente,
ha asestado sobre cada uno de sus días.
¿Y quién dará cuenta, entonces, de tamaña tristeza,
que ha perdido incluso todo deseo de lamento?
Levanto los ojos y veo otro rostro lúcido y llano frente al espejo.

Me avergüenzo de mi suerte y canto…